Centro para la Democracia Proactiva

Para que un pueblo pueda hacer uso al derecho de la autodeterminación tiene que tener los mecanismos institucionales para ejercerlo.

Por: Ing. Hergues Frandín Díaz
Director del Centro de Estudios “José Ignacio García Hamilton» y
Presidente Municipio de Oposición Songo – La Maya
Teléfono: 53-53684553
Email: 
herguesfd@yahoo.com y herguesfd@nauta.cu

LAMAYA, Santiago de Cuba, Cuba 30 de marzo del 2016

El General Presidente cubano, Raúl Castro Ruz y demás voceros del oficialismo, repiten una y otra vez que se les respete a los cubanos el “sublime derecho a la autodeterminación” y la no injerencia en los asuntos internos de Cuba. Literalmente, suena bien para cualquier ciudadano, adherirse a estos principios. Sin embargo, para quienes no conozcan la naturaleza del régimen totalitario cubano parecería que los cubanos gozan de ese anhelado privilegio, y que es voluntad de todos los cubanos vivir en este “orden político, económico y social”.

El Gobierno cubano es por acción y definición la única dictadura sobreviviente en el hemisferio occidental. La Constitución de la república vigente declara la existencia de un solo partido, el Partido Comunista, quien es además el órgano rector de la sociedad y el estado. Por lo que es obvio que no existe el estado de derecho, ni la separación de poderes.  Todos los medios de comunicación  están bajo el control gubernamental, lo que les permite ocultar y manipular toda la información, unido a la militarización de toda la economía.

El anuncio y posterior materialización del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Gobiernos de los Estados Unidos y el régimen de Cuba dio riendas sueltas a las expectativas de un acelerado cambio en la Isla. De inmediato se generaron opiniones dividas, a favor y en contra de la nueva política de Barack Obama hacia Cuba. Incluso,  se llegó a responsabilizar al presidente norteamericano por la pérdida del apoyo moral que recibía la oposición política cubana, dejándola huérfana frente a los desmanes del régimen cubano. Aunque la responsabilidad de imponer los cambios necesarios en Cuba es de nosotros los cubanos, no se puede dejar de reconocer la superioridad del estado sobe los ciudadanos, cuando éste goza de la impunidad y el monopolio de la violencia, que incluye a discreción, hasta la pena de muerte. Y si a eso se le incluye el apoyo de los gobiernos e instituciones internacionales al régimen cubano, a despecho del reconocimiento de lo oposición, es casi inmoral decir que es responsabilidad del pueblo cubano determinar su futuro político, económico y social, cuando carece de todo mecanismo institucional para lograrlo.

Son muchos los factores objetivos y subjetivos que frenan el poder de convocatoria y capacidad movilizativa de la oposición cubana y esas mismas condicionales están presente en el propio pueblo cubano. El parasitismo, la dependencia económica obligada o manipulada y el miedo como mecanismo de control político son algunos de los factores que impiden que la población de forma masiva se sume a la agenda política de las organizaciones de la sociedad civil que tratan de impulsar los cambios democráticos en Cuba.

A pesar de la represión real e institucional, la oposición tiene que despertar el sentimiento nacional y lograr que la población sea capaz de identificar que las penurias del pueblo cubano tienen un origen sistémico, que es el gobierno quien determinó e impuso a la fuerza, el modo, la forma y las relaciones de producción, eliminando todas las libertades, la participación ciudadana y el pluralismo político.

No es menos cierto que una gran parte del pueblo ya se desengañó de las falsas promesas de la llamada revolución y reconoce que a la oposición política la asiste el derecho a enfrentar las malas decisiones del gobierno y por ende responde a su legítimo derecho y no al servicio de potencia extranjera alguna.  El régimen ha logrado inculcar en la mente de los ciudadanos  la ilegitimidad de la oposición, satanizándola y demonizándola, desconectada de los problemas de la población y subordinada a intereses foráneos. En la actualidad se ha apelado a ese recurso para descalificar y minimizar el impacto del discurso de Barack Obama en el Gran Teatro de Habana, Cuba.

Un amplio sector de la población poco a poco ha reconocido que la oposición no lanzó a la miseria a los viejitos jubilados, después de largos años de trabajo y servir como muchos dicen, de forma incondicional a la revolución. Que tampoco la oposición es responsable de la corrupción que impera en las filas del gobierno, mucho menos de las malas políticas sociales que dispararon la violencia, el vandalismo, el alcoholismo, o las imprecisiones económicas que desarticularon la economía por citar algunos ejemplos. Pero no basta con reconocer la valentía de los que se sacudieron el miedo, a pesar de los golpes, encierros, marginación y fusilamientos, castigos empleados por el castrismo. Necesitamos que el resto de los cubanos seamos protagonistas del cambio, incluso de aquellos a los que el discurso oficial, bien poco le interesa.

Por eso, la represión política se convierte en el supremo recurso del régimen cubano,  camuflada bajo la  retórica y manida frase de que los cubanos tienen derecho a la “autodeterminación”. Y dicen estar dispuestos a discutir con EE.UU cualquier tema, incluso la situación de los derechos humanos, modelos políticos y democracia, pero siempre partiendo de su propia óptica y mientras se le reconozcan sus concepciones o diferencias.

Estos aspectos son específicos, ej. Los derechos humanos están recogidos en un documento de treinta artículos denominado “Declaración Universal de Derechos Humanos” de la cual Cuba es signataria desde 1948. La cual en su artículo 30 ratifica que” “nada en la presente Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración”. Tener diferencias es sencillamente violarlos.

La Democracia se diferencia de las dictaduras por la existencia o no de un Estado de Derecho, y la separación de poderes; el legislativo, ejecutivo y judicial, poderes que en Cuba están bajo la egida del Partido Comunista, que según la Constitución vigente es el Órgano Rector de la Sociedad y el Estado. Entonces, Cuba por definición, se encuentra bajo una tiranía institucional y dinástica.

El derecho a la autodeterminación el régimen lo utiliza para condicional el proceso de negociación con EE.UU y para atar a la población cubana con la supuesta no intervención en los asuntos internos. Además, trata de confundir a los de menos vocación por los asuntos políticos a que los problemas de Cuba solo son económicos y que superarlos basta para estar bien. Las otras libertades, incluyendo la política, no hacen falta.

La cuestión radica en utilizar el escenario actual e incorporarse a la lucha para acelerar los cambios. El contexto internacional es favorable, como nunca antes, a pesar de algunas incongruencias como algunos aspectos y conceptos de las nuevas relaciones con los Estados Unidos. Hoy vemos como los pueblos prefieren las democracias y no la incompetencia de las dictaduras del socialismo del Siglo XXI, como se aprecia en Argentina, Brasil, Bolivia y la propia Venezuela, que enfrenta un caos, pero que está dejando lecciones muy importantes.

Sin embargo, a pesar de que el descontento en la población puede ser generalizado, en los regímenes totalitarios nunca es suficiente  un estallido social que fuerce al gobierno a realizar los cambios políticos necesarios, mientras el ejecutivo controle todos los poderes o la mayoría de ellos, incluyendo el poder militar. Eso se ha puesto de manifiesto en Venezuela con el control del Poder Legislativo por parte de la oposición, pero no tiene una fuerza vinculante que haga cumplir sus determinaciones legislativas.

En nuestro caso, ¿qué responsabilidad tiene la oposición en que no se concreten resultados favorables de impacto social?  Algunos aseguran que se incurre en graves errores, por desconocimiento, otros inducidos por los órganos de inteligencia y por sus propios conflictos de interés. A veces  no se cuenta con una visión lógica, o se confunde la misión y objetivos de los proyectos. En reiteradas ocasiones se insiste una y otra vez en aquellas acciones y estrategias con las que el régimen hace rato aprendió a lidiar y no se cuenta con la  capacidad de evolucionar hacia etapas superiores de lucha. También hay factores internos y externos que conspiran con la dinámica de la causa, y se convierten en mecanismos de división, privilegiando a personas y grupos unos por sobre los otros.

Se cuenta con un potencial que bien pudiera capitalizarse para lograr una masa crítica en un tejido social bien activo y participativo. Entre ellos se encuentran los desempleados de las empresas estatales llamados  “disponibles”, los trabajadores por cuenta propia, conocidos por cuentapropistas, que son explotados por el estado, los intermediarios agrícolas, los campesinos asediados y saqueados  por los agentes del gobierno y finalmente  una juventud, que avanza en años, pero que no ve posibilidad real a su futuro y necesita que sus energías redentoras sean canalizadas por la oposición. La sugerencia es capitalizar todas estas inquietudes sociales e integrarlas a los proyectos de la sociedad civil, como lo vienen intentando los Municipios de Oposición.

El Gobierno cubano se blindó constitucionalmente, modificando la Constitución de 1976 en 1992, para contrarrestar desde el punto de vista legal las pretensiones del “Proyecto Varela”.  Sin embargo, nunca el régimen perdonó a la osadía de Osvaldo Pallá Sardiñas y todavía no queda claro las circunstancias en las que falleció.

Aunque los  métodos represivos del régimen cubano no han cambiado, el tejido social en Cuba ha cambiado mucho. La interacción de la sociedad cubana con el exterior a partir del éxodo sistemático de sus pobladores ha hecho evolucionar el pensamiento de los ciudadanos y gran parte de la retórica del régimen ha sido desmontada por inconsistente. Incluso las llamadas misiones internacionalistas han servido de referente ideológico del fracaso del socialismo a nivel mundial.

Por todo esto se puede asegurar que hay un incremento de la oposición cubana, ya sea pasiva o activa pero potencialmente existente. Los jóvenes de hoy nada tienen que ver con la dirigencia octogenaria, ni responden generacionalmente con su doctrina ideológica. La llamada generación del milenio está más identificada con la tecnología y preocupada por su futuro, que ve como su tiempo se le escapa, recibiendo sus padres como herencia el desastroso legado de falta de libertades y la miseria acumulada.

Ahora bien, para esa gran mayoría provocada por la insatisfacción social acumulada y la falta de todo tipo de libertad, no existe el mecanismo institucional para demostrarlo. Se necesita una gran capacidad de movilización política para realizar un plebiscito inconsulto con el régimen.  Sería una vía pacífica de convocar a comunistas y opositores para que demuestren realmente su voluntad de autodeterminación. Siempre teniendo presente el concepto de Fidel Castro, de que las revoluciones no se cuentan.

Sin embargo, en esta iniciativa de recogida de firmas masiva podría crear un nuevo precedente de acción ante regímenes totalitarios y pedir la intervención de organismos internacionales para su verificación.  Para ello, los países e instituciones internacionales deben eliminar el proteccionismo político, bajo el famoso manto de la no injerencia en los asuntos internos de los países.

Cualquiera que sea el resultado de este plebiscito podría considerarse la autodeterminación del pueblo cubano. Una sociedad plural y diversa se vería representada en una asamblea que admita la inclusión política de  otros partidos obligados a respetar una constitución que emane de la unidad en la diversidad, como resultado de un ejercicio cívico y madurez política, expresión martiana de “con todos y para el bien de todos”.

Aquellos proyectos y organizaciones de la sociedad civil que canalizan las aspiraciones de una comunidad, en los que son visibles sus resultados y gozan de prestigio y respeto ante la población, bien pudieran ser elegibles para impulsar la campaña del plebiscito inconsulto. Una iniciativa de consulta impulsada por todos, tanto en Cuba como en el exterior, tendría resultados y efectos incalculables. Solo así se podría medir la voluntad de cambio de todos los cubanos donde quiera que se encuentren alrededor del mundo.

Solo así se harían realidad las estrofas de nuestro himno nacional: “en cadenas vivir es vivir en afrenta y oprobio sumido” No solo eso se cumple por un régimen de ocupación extranjera, sino también por un régimen dinástico y fracasado como el cubano.

De ahí la convocatoria a que los cubanos todos, seamos responsables de nuestro propio destino y vivamos bajo el sistema político, económico y social  que de conjunto realmente elegimos. Desde ya debemos trabajar en la autodeterminación como pueblo.